Transformar el dolor que provoca la pérdida de un ser querido en alegría, es un desafío muy complicado. Por esto, es necesario entender que llevar adelante el proceso del duelo y superar, es necesario pasar por etapas que nos ayudarán a volver a sentir alegría de vivir. Comprender el sentido del dolor y del sufrimiento humano es uno de los desafíos más complejos. El dolor, que siempre es un mal, es ausencia de bien, de alegría, de felicidad, pero podemos encontrarle un sentido, así como un motivo de perfeccionamiento, ya que de algún modo, enriquece tanto la evolución individual como la experiencia general del hombre a través del curso de la historia.
Es obvio que ningún sufrimiento puede ser bueno en si mismo; pero sí en cambio, por sus repercusiones sobre la personalidad, puede dar origen a actitudes virtuosas como la paciencia, la fortaleza interior, el arrepentimiento o la compasión por el otro.
El dolor me hace entrar en lo más hondo de la persona, experimentar tanto mi debilidad, como mi fortaleza como persona. El dolor me hace evidente la presencia de los otros en mi vida, mi
condición relacional, mi interdependencia con otros y la capacidad de interpretar y acompañar a otros. Pero este dolor no es sólo, es acompañado por otros y adquiere sentido de comunidad, con lo cual se hace inmensamente más llevadero.
Somos como bloques de piedra, en donde el escultor extrae formas humanas, esos golpes de su cincel que tanto nos lastiman son los que harán posible nuestra construcción personal hacia la perfección. El dolor produce el vacío necesario, para que Dios protagonice nuestra existencia.
Se produce un quiebre de la manera de ser de esa familia en particular, se perturba la sensación de ser acogido incondicionalmente, porque el dolor ha interrumpido las funciones de los distintos miembros, donde la ausencia de uno de ellos, deja un espacio vacío.
Es frecuente hoy en día el no saber estar, no saber parar, no tener tiempo en este ritmo acelerado. En momentos de dolor, en tiempos de duelo, es importante darse espacios para el silencio, de estar sólo, sin teléfono ni ruidos externos. Cuando el ser humano está en silencio se puede conectar con la persona amada, con sus sentimientos y emociones, lo que tranquiliza y ordena el alma.
Se fundamenta en la historia de haber tenido un proyecto en común con el otro, que involucra heridas y fracasos, pero que se basó en un admirarse mutuamente. La medida del amor está por la capacidad de sufrir por el otro y tener la capacidad para vivir lo doloroso y no destruirse.
Frente a las adversidades y experiencias dolorosas en nuestra historia personal, debemos tener presente siempre, que ésta nos condiciona pero no nos determina. Depende de cada uno convertir esta historia en una posibilidad o en un lastre. Al revisar los dolores es central aprender a perdonar y perdonarse, eso es sanador.
La única manera de homenajear a la persona que ha partido es el poder ser feliz y disfrutar la vida. De esta forma demostramos nuestro amor por los seres queridos. Nada ni nadie nos pertenece. Nosotros caminamos por la autopista de la vida conociendo personas maravillosas, todo es transitorio, lo cual debemos aprender a disfrutar. El ser querido que se fue no era mío, era alguien a quien ame.